miércoles, 21 de octubre de 2020

Manel y un Verano

 




No había vuelto a pensar en él hasta que vi su foto en el periódico. Su imagen me transportó a las noches de aquél verano, cuando siendo solo una niña me quedé prendada de su personalidad y del conjunto que la envolvía.

Me regresó a aquél barrio lleno de vecinos donde la época estival nos reunía en torno a una amena charla. La risa floja fluía ante cualquier historia pasada de nuestros padres. Los niños, bajo el desmayo de la luz de una farola impregnada de mosquitos escuchábamos atentos, intentado imaginar las escenas que relataban.

El ruido estridente de un motor nos hacía tomar posiciones, salir corriendo a por nuestros cubos de basura para llegar hasta el camión que recogía todas nuestras inmundicias. Y allí estaba Manel y su desenvoltura para vaciar nuestras pertenencias y dejarnos algún que otro comentario que nos pintara algo más que una sonrisa…

·         Toma, renacuaja, veo que has crecido desde la última vez

·         ¡Si eso fue ayer! - Yo enrojecía por la vergüenza y la rabia de que así me viera. Él solo tenía ojos para Ramona, la cual, mucho más alta que yo, se ponía tras de mí haciéndole ojitos. Era lo normal ya que ambos peinaban los 17 y yo solo paseaba mis 11 años.

Desde entonces Ramona, se convirtió en mi enemiga férrea. Me fui alejando de su amistad y compañía. No llegó a conocer la auténtica verdad de por qué dejé de visitar su casa, abandonando aquél bordado que ella con tanto esmero me enseñaba, dejamos de compartir ideas junto a las revistas sobre cantantes de la época, ya no me interesaba averiguar el significado de las canciones en inglés, ni la vida de los famosos. Lo único importante en ese momento era que él no me veía tan mujer como a ella.

Llegó el otoño, comenzó un nuevo curso. El tiempo transcurrió tranquilo hasta el siguiente verano donde descubrí con asombro que tanto Ramona como Manel ya no formaban parte de mi vida.

Ella se comprometió con un futuro arquitecto que además de robarle el corazón también se llevó todo su tiempo. Me escudo en la excusa de que no hubo oportunidad de disculpa por mi parte, siendo consciente de que tal disculpa no alcanzara nunca confesar toda la razón. Crecimos deprisa abandonando aquellos tiempos. Otro operario tomó el puesto de Manel. Tal vez lo hizo antes y yo me percaté demasiado tarde.

De él nada supe hasta el día de hoy. Un titular me presenta un rostro desconocido que tiene su misma mirada y el deje de su sonrisa. Todo un caballero escondiendo a aquél chico de antaño. Ni siquiera me planteo si tiene algún recuerdo de aquella renacuaja de coletas despeinadas.


©Auroratris

 


Relato para 

 Círculo de Poesía



domingo, 11 de octubre de 2020

SinDonato

 





Ya estoy en casa. Me dije tras un largo día de trabajo. Ya no me molestaban las botas de ante con tacón cubano, ni el Shelmark estilo balconettes, tan solo quería quitarme la mascarilla y respirar. Que sí, muy mona será con la imagen de Donato, mi gato Cartujo, pero lo que deseo es lanzarla lejos junto a todo lo demás. A la mascarilla me refiero, al gato me lo quedo.

Estirarme en mi mullido sofá cuál felino satisfecho esperando el momento de tu llegada, con tan solo un café entre las manos y mi sonrisa perfilada.

 

©Auroratris




martes, 6 de octubre de 2020

MadeInNoruega

 



Qué gusto da verlo todo recogido y empaquetado. Sin embargo, algo quedó oculto en una esquina del altillo. Una olvidada esfera de cristal con escenas navideñas. La falsa nieve reposaba en el fondo a la espera de que una mano infantil o no, le dedicara unos cuantos giros para que ésta, de manera perezosa se despegara y empezara su ritual lluvia abriéndose paso ante la mirada.

Mirada que nunca llegaría. En su defecto acudió el tiempo y la soledad hasta que una mañana el estruendo de una maquinaria de derribo le regaló el último giro antes de caer y hacerse añicos.

 

© Auroratris

 


jueves, 1 de octubre de 2020

TejedOra

 


Mi participación en la propuesta

Imagina(ción) 

del blog de Ginebra Blonde.

Mas participaciones AQUÍ.


 



 

Imagen de Oleg Oprisco


Milena no fue una niña como las demás. Vestía misterio no solo en la negrura de sus ojos, la extensa oscuridad de su pelo y su extremada delgadez nos regalaba la imagen de un ser de cuento o de esas historias surrealistas.

No la hubiera reconocido de no ser por su laboriosa obsesión a las manualidades hechas de lana. Allí estaba yo junto a mi futuro marido. Ambos frente a ella, no tan distante de la niña que un día conocí. La tejedora de sueños.

Me hablaron de ella unos meses antes. De su poder adivinatorio a través de su confección. Me pareció algo increíble, pero la curiosidad pudo más que otra cosa y allá que nos dirigimos como dos adolescentes llenos de dudas para ver qué nos deparaba el incierto futuro a través de su virtuosismo.

Nos hizo un recorrido visual sin detenerse en ninguna parte en concreto, ni siquiera en uno de nosotros. Se sentó y empezó a tricotar sin esperar a que hiciéramos petición alguna. Quise formular alguna pregunta o decir algo al respecto, me mandó callar con un gesto. Dos botones negros brillaban en plena concentración.

  • Cogeos de la mano y miraros

Su voz sonó lejana. Eso no evitó que acertáramos a hacer lo que nos pidió. Mientras lo hacíamos nuestras cómplices miradas sonreían al comprobar lo absurdo del momento. Acabada la labor nos giramos sobre sí mismos hasta quedar frente a ella.

Fue cuando sentí un largo escalofrío. Mi sonrisa se congeló al comprobar la tristeza de su rostro. Me acercó el pequeño obsequio que acababa de hacer, apenas se rozaron nuestras manos al retirarlo cuando pude ver con claridad que mi sueño distaba mucho de aquella visión.

<<De todo en esta vida hay que quedarse con el lado bueno, nada pasa por casualidad, mi querida Lucinda>>

 

©Auroratris