Anteriormente...
Tan absorta me encontraba inspeccionando aquél sobre que no
me percaté de la despedida del albacea. De manera hipnótica me senté en el
austero sillón dejándome transportar hasta una época pasada.
No tendría más de 13 años cuando vi por primera vez un sobre
de idénticas características. Lo encontré dentro de una caja de sombreros,
junto a unas cuantas fotografías en blanco y negro, personas sin identidad que
me miraban a través del tiempo. También hallé un fajo de cartas descoloridas,
atadas con un deshilachado lazo malva. Me disponía a extraer la carta cuando mi
padre me la arrebató de manera brusca acompañando un conjunto de palabras
inconexas a modo de excusa. Un comportamiento extraño en alguien como él que
todo lo explicaba, debatía o reflexionaba. Días más tarde retomé mi aventura
sin éxito alguno. Ni rastro de la caja y menos de su contenido. Pensé en alguna
amante. Pobre mamá.
Ahora no había nadie que se interpusiera entre mi conocido
sobre y yo. Rasgué con cuidado y extraje dos hojas, cada una de un color tan
diferente como su letra. En la primera pude distinguir la letra de mi padre, en
la segunda, el capricho de la escritura me decía que era la de una mujer. Qué
equivocada estuve todos estos años, la supuesta amante no era otra que su
propia madre, la abuela Daniela.
Tras leer ambas misivas supe que estaba en la habitación que
una vez le perteneció. Reconocerme entre las cuatro paredes que la acogieron a
ella y a sus pensamientos me sumió en un estado de conexión. El abuelo solo fue
el intermediario bajo los deseos que la abuela dejó antes de morir.
La hermandad de la
rosa azul
Solo las mujeres directas de la familia podían pertenecer a
ella. Allí se explicaba con sumo detalle el motivo de tal secreto y silencio
hasta el día de hoy. Mi padre, al ser hijo único no pudo ostentar a tal honor. Por
ese motivo guardó el sobre hasta que yo tuviera la mayoría de edad. Quiso el
destino que el abuelo sobreviviera a su muerte y fuese él el encargado de
pasarme el testigo de la abuela.
Su casa, y bajo ella los documentos de una antigua
generación que ahora me pertenecían. Debía protegerlos hasta que llegase el
momento en que viesen la luz. Salí de allí con la sensación de haber estado
sumida en un sueño profundo y lento. Mi misión era procurar que tal confidencia
tuviera continuidad. El tiempo lo dirá.
©Auroratris