Él ojeaba un libro, mientras, no perdía detalle de los
movimientos de ella. Hacía tiempo que con la rutina eran tres. Ella saboreaba
una tarta de
manzana en tanto que miraba por la
ventana, más allá del jardín no había gran cosa, lo suficiente para su
imaginación. El infinito.
De repente, la voz de él la hizo atravesar la tercera
dimensión hasta devolverla a la realidad. Estaba frente a ella y entre las manos
sostenía un regalo con forma cuadrada, lo extendió invitándola a que lo
cogiera. Con la sorpresa en la mirada accedió al envite. Él solo sonreía y
deseaba que la reacción de ella fuese la esperada.
Desenvolvió con parsimonia, demasiada, pensó que se le había
pasado alguna fecha importante. Rebuscó en su mente… no halló nada relevante.
El joyero quedó al descubierto provocando una exclamación satisfactoria. Lo
estudiaba maravillada, contemplando cada detalle, la imagen que protagonizaba
la cajita le trajo recuerdos de una época: secretos de adolescente a buen
recaudo.
Con ternura repasó cada esquina, su dedo índice perfilaba la
forma del cierre hasta que se decidió a abrirlo. El interior estaba recubierto
de un terciopelo azul-noche, brillante y seductor. Un papel resplandecía en el
fondo. Lo recogió con aires de entusiasmo... Al desplegarlo se llevó una mano a
la boca y acto seguido se lanzó a los brazos de él. Era un billete de tren, el viaje que
siempre había deseado hacer en el Orient Express.
©Auroratris