Los cuentos que conservo en mi memoria me los relataba mi
madre cuando niña. Ella era una gran contadora de historias, conseguía que me
adentrara de tal manera en la trama que hacía que olvidara cuál era su
intención, la de acabar aquél eterno plato de comida. Hoy, gracias a Gustab y a su propuesta, “Caperucita Roja” desde su blog “Adoquines Mojados”, he regresado
a ese pasado donde la voz de mi madre y aquella escena me deja una sonrisa de
gratitud y nostalgia infantil.
Caperucita Roja by mi versión.
Caperucita era una niña que vivía en el bosque junto a su
madre, (en este punto yo preguntaba por su padre, mi madre decía que estaba
trabajando en Francia, como veis mi curiosidad me hacía interrumpir y
cuestionar hasta los cuentos). Sigamos, pues. Un día la madre envía a la niña a
casa de su abuelita que vivía al otro lado del bosque. (Aquí, preguntaba por
qué vivían tan lejos la una de la otra y por qué lo hacían en el bosque con
tanto peligro. Mi madre se inventaba tantas respuestas que solo puedo dejaros la
que más me impactó por su falta de coherencia: “Porque es así, come y
escucha”).
Le preparó una cestita de mimbre donde llevaría un tarrito
de miel y unos pasteles para la merienda y le puso su caperuza de color rojo.
Era una prenda de lana que la misma abuela había hecho para la niña. Le dio
unas instrucciones sencillas: no te entretengas por el camino, no te separes de
él y no hables con extraños. Procura que no se te haga tarde, Caperucita, la
abuela te está esperando. (Vale, mamá, pero… la niña tiene un nombre, ¿verdad?
¿por qué le dice Caperucita si ese no es el suyo? Y ¿cómo sabe la abuela que
irá si no tienen teléfono en medio del bosque? Pues aunque no os lo creáis, mi
madre tenía respuesta para todo. La niña se llamaba como yo y la madre ya había
estado por la mañana con la abuela avisándola de que Caperucita vendría por la
tarde con la merienda. Santa paciencia tenía mi madre)
La madre despidió a la niña desde la puerta y esta inició el
camino a casa de la abuelita. Bordeando la senda, Caperucita encontró unas
margaritas muy bonitas, acto seguido pensó en ir recogiendo para hacer un ramo
y llevárselo junto con el contenido de la cestita. Tan ensimismada estaba que
no oyó como un lobo grande y feo se acercaba a ella por detrás. (Tan
ensimismada como yo porque me estaba comiendo la dichosa comida).
El lobo, muy amable, le dio las buenas tardes:
- Buenas tardes, Caperucita.
- Buenas tardes, Señor Lobo.
- ¿Dónde vas con esa cestita?
- A casa de mi abuelita que está enferma y le
llevo la merienda.
- Y, ¿qué le llevas?
- Pues, lo que le ha preparado mi madre, miel y
pasteles. Yo le estoy haciendo un ramo de flores y creo que me he despistado
del camino.
- ¡Qué rica merienda! -. Exclamó el lobo al borde
del entusiasmo. No te preocupes que yo te indico el camino más corto, ya que
pronto se te hará de noche.
- Muchas gracias, Señor Lobo.
- No hay de qué, Caperucita, es todo un placer. Ve
por este camino de la derecha que es un atajo que te llevará directa a la casa
de tu abuela.
La niña agradeció las
indicaciones del lobo, a estas alturas había roto dos de las normas: Distraerse
y hablar con extraños. (No puede ser, decía yo, el lobo la ha llamado
Caperucita, o sea, que se conocen. Mi madre intentaba explicarme algo sobre la
astucia, pero yo seguía con mi tole, tole de que, si la llama por ese nombre,
la conoce fijo).
Astutamente el lobo la guio por
el camino más largo, así él aprovechó para ir por el atajo y llegar antes a
dicha casa. Entró sin reparo, encontró a la abuelita durmiendo la siesta y de
un bocado se la zampó. Sin mediar palabra alguna. Acto seguido se colocó el
camisón que cubría a la abuela, se cubrió la cabeza con el gorrito femenino y
se metió en la cama a esperar a Caperucita. (Pero, mamá… de un bocado no se
puede comer a la abuelita, no le cabe, y ¿cómo la mastica?. Yo y mis problemas
con la comida).
Para cuando llegó Caperucita, la
noche estaba sobre la casa. Se adentró en penumbra hasta llegar a la cama donde
se suponía que descansaba la abuela. La niña totalmente ajena a la situación
comenzó a saludar a su abuelita que nada decía y respiraba de una manera
extraña.
·
Abuelita, abuelita, te he traído miel y pasteles
que ha hecho mi madre. ¡Qué callada estás! Oye, abuelita, dime algo. Vaya, ¡qué
orejas más grandes tienes!
·
A lo que el lobo, disimulando la voz, dijo: Son
para escucharte mejor, Caperucita.
·
Abuelita, abuelita, ¡qué ojos más grandes
tienes!
·
Son para verte mejor, Caperucita.
·
Abuelita, abuelita, ¡qué manos más grandes
tienes! (mi madre interpretaba de maravilla y yo a estas alturas estaba
aterrada).
·
Son para cogerte mejor, Caperucita.
·
Abuelita, abuelita, ¡qué boca más grande tienes!
(mi madre tartamudeaba mucho en esta frase y yo deseaba que acabara para saber
el desenlace).
·
Son para comerte mejor, Caperucita. Dijo el lobo
dando un gran salto hacia la niña para zampársela de un bocado. (Mi madre
también lo daba sobre mí, al no esperar tal reacción mi sobresalto era
descomunal, llorando y riendo a la vez).
Un cazador que por allí pasaba,
oyó los gritos y lloros de Caperucita que junto a su abuela se encontraban
dentro de la barriga del lobo, que felizmente dormía tras el banquete que se
había propinado. Entró de manera sigilosa. Tranquilizó a abuela y nieta y acto
seguido abrió la barriga del lobo con un cuchillo. Con una aguja e hilo cosió
la abertura, no sin antes llenar la barriga de piedras. La abuela, el cazador y
la nieta celebraron la liberación. (Mamá, no puede ser, el lobo se despertaría
porque un corte duele mucho. Come y calla. Decía mi madre como toda respuesta).
Después de su gran siesta, el lobo,
tenía mucha sed y decidió ir al río para calmarla antes de volver a su casa.
Comenzó a caminar de manera pesada y lo achacó al atracón que se había dado. Se
arrodilló en la orilla del río, inclinándose para beber, debido al peso de las
piedras cayó al fondo del mismo. Hundiéndose en su lecho.
Y colorín, colorado, este cuento
se ha acabado.
Así terminaba mi madre cualquier
historia. Así acababa yo con mi comida y su paciencia hasta el día siguiente a
la hora de comer. Lo sé, fui una tortura.
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