Manolita le espera como la primera vez, porque siempre hay una
primera vez para envolverse en aras del amor, sentir el leve mariposeo
acariciando la tripa y dejar que el tiempo transcurra porque no hay otro modo
mejor para hacer.
Manolita se deja llevar por el ensueño que da estar siempre
en las nubes o tener la cabeza llena de pájaros, pero de esos exóticos que
habitan en cualquier playa más allá del desierto. Ay, Manolita vive este amor
como si no hubiera un mañana y cada minuto contara como una vida. Aunque,
Manolita ya tiene a su espalda varias vidas y esta, que podría contar como la
séptima en los gatos, ésta, precisamente es la que está sintiendo con más ahínco
y más intensidad.
El amor es un síndrome o un virus, todavía está por
determinar. Pero Manolita ya le ha puesto nombre a esta naturaleza de
enajenación mental. Ella le ha llamado: elSíndrome Áurea, por la
perfección anímica que otorga este estado, además de la física. El amor embellece
cubriendo en tono pastel la calidez y el rejuvenecimiento, y si viene
acompañado por unos ojos de tormenta, nada ni nadie podrá salvar a Manolita del
huracán.
Mírala, ahí va como una Reinona o una Diva de
otro tiempo mucho más anterior a este que vivimos tan precario. Dicen de ella
que tiene el poder de escuchar el pensamiento a través de los oídos de un
felino, su nombre, Orestes. Que su poder es tal, que allí donde la
miseria se instala ella otorga riqueza, pero no una riqueza material y
superflua, sino aquella que genera paz y bienestar a las enfermedades del
espíritu.
Oí decir que las anteriores guerras cesaron por la petición
de un niño, el cual la invocó día y noche hasta que el rezo fue escuchado por Orestes.
Fueron muchos los lamentos causados por las equivocaciones de los poderosos. El
poder tiene la capacidad de anular el sentimiento empático, ella el don de
devolver equidad al mundo.
Ella sabe anular las miserias, concede los deseos haciendo
realidad cada petición nacida del corazón. De su verdadero nombre nadie sabe,
nadie habla sobre su procedencia, pero todos coinciden en que solo aquellos que
sufren impiedades son conocedores de su naturaleza y de su auténtico estigma.
Ahí va, paseando la verdadera justicia que todos merecemos.
El paso del tiempo es una
realidad. La última invitación del año es la firma tangible del cambio. Pero este
Dulce Caballero sabe un truco de magia para que el salto hacia el Año Nuevo no
sea nada traumático y sí lleno de aventuras mágicas. Me sonrío de solo pensar en
mi indumentaria para lo prometido: fantasía y placer.
No es que yo quiera competir
llevando sombrero como el Dulce Caballero, pero reconozco que es un complemento
muy sexy, si se sabe lucir con garbo. Miradle si no a él. Todo elegancia.
Recojo la invitación de mano del
mensajero, no le pasa inadvertido mi rostro divertido y me devuelve el suyo
algo pícaro. Le cierro la puerta sin más contemplación ya que hoy no tengo
tiempo para flirtear. Otro día, según me pille, le sigo el juego.
¡Qué bonita invitación! Cada año
se lo curra más y mejor este señor.
Rauda me voy colocando mi traje Fashions,
aunque no lo parezca es muy cómodo para el obligado baile con el anfitrión. El
sombrero es un puntazo, es lo más. Estoy a punto de ir vestida solamente con él
y mis Manolo Blanhik. Ja, ja, ja, vaya pensamiento se me acaba de
cruzar. Fuera, que me haces perder la inspiración, le digo.
Bajo la Luna Violeta,
frente a este Castillo Encantado y junto a la distinción del anfitrión
me siento tan sofisticada como todo el conjunto.
Tomo su mano, más bien es él quien
toma la mía, puedo adivinar el guiño en uno de sus ojos cuando se jacta de la
presencia de mi sombrero. Le ha gustado, lo sé porque su brazo rodea mi cintura
mientras me introduce en el Gran Salón.
Las gafas de sol es otro
complemento sexy. Las deslizo hasta la punta de mi nariz para poder comprobar
las bellezas que aguardan mientras las demás vamos llegando. Todas están
divinas, como yo, aunque yo parezca un ave del paraíso con estas plumas. Igual
tiene truco este traje y puedo echar a volar cuando la noche vaya decayendo. Me
lo acabo de inventar, es que con tanto lujo una pierde la cabeza.
Se avecina la hora del juego y mi turno. Todas salen muy contentas tras esa puerta. A ver qué
sorpresa me aguarda.
Me introduzco con decisión y él me
espera con un trío de cartas extendidas hacia mí. Escojo una de ellas. Mi
incredulidad se pasea entre su rostro y la carta en cuestión. Menos en uno de
los detalles, ha dado en el clavo. Le observo atentamente por si ha hecho
trampa. Él hace lo mismo conmigo, lo cual me pone algo nerviosa porque hay
miradas y miradas, esta precisamente es de las que traspasan.
Imagino por un minuto que
visualiza mi fantasía de cómo pensaba aparecer en el baile. No lo puedo evitar
y me entra la risa floja. Él no entiende el motivo de por qué me estoy
partiendo la caja con la carta en la mano. Se levanta de su sillón para coger
con extrañeza la carta y con la misma extrañeza me mira fijamente con expresión
interrogante en su rostro.
Y yo, entre hipidos por la risa,
le cuento mi pensamiento alocado.
Su seriedad se transforma para
acto seguido romper el silencio con una gran carcajada. Esto hace que me relaje
un poco hasta que escucho el sonido de su voz, profunda y sensual, pidiéndome
que cumpla ese deseo o sueño, ya que estamos en el Castillo de los Sueños. Ahí
lo deja, tan ricamente.
Me quedo tan inmóvil como el
brillo de sus pupilas a través de la máscara. Su porte formal, su figura
esbelta es todo un reto. Y yo que soy de retos recojo el guante. La música
insinuante que empieza a sonar de fondo me invita a ir retirando las prendas
a su ritmo. Me imagino como Kim Basinguer en aquella película, ¡ya
quisiera ella ser yo!
Y como la noche va de magia, en un
rápido movimiento retiro el sombrero de su cabeza para cubrir mi pecho, el mío
hace lo propio cubriendo más abajo. El aplauso y la sonrisa del anfitrión es
todo cuanto necesito.
Ha sido una bonita noche de trucos
y magia. Desde mi coche creo distinguir su silueta tras el cristal del gran
ventanal. Percibo que no está solo. Este Dulce Caballero es todo un Casanova. Le
lanzo un beso mientras me despido hasta el año que viene, él responde con otro
beso al viento. Es el momento de arrancar el motor de mi Mini y salir a la
carretera antes de que el Sol tome posesión en el cielo y me robe la
sensación de ensueño.
Todos somos dados a desear aquello
que más nos gustaría. Mabela creció siempre elaborando una lista sin fin. Tenía
un pozo de los deseos, uno que ella misma construyó. Cuando Sandalio nadó hasta
el cielo de los peces, ella aprovechó la vieja pecera para llenarla de
purpurina dorada, por eso de darle un toque mágico. Colaba su cabeza en un
ritual algo ridículo y esbozaba su deseo en un susurro.
De niña deseó ser adoptada cuando
discutía con sus padres, o hija única cuando lo hacía con sus tres hermanos.
Además de pedir hasta la saciedad todo tipo de juguetes que anunciaban por TV. Durante
la adolescencia deseó ser la chica más chic del instituto, otra de las tonterías
que hoy en día la hace reír. O cuando deseó el mismo vestido que su mejor amiga
para el día de su boda. Bobadas o caprichos mal gestionados.
Ya no desea nada de eso, ni siquiera
que le toque el gordo en Navidad. Todo aquello se ha esfumado igual que su juventud.
Es NocheVieja, todo está listo
para las campanadas. En un último balance, ella mira a su alrededor, a la familia
que ha creado, a los suyos. Sosteniendo su olvidada pecera, retalla en voz alta
su único deseo desde hace tiempo:
Cada adorno es un deseo soltado al viento en un perfecto
equilibrio que juega con la gravedad. En nuestra alma de malabarista se
conjugan las energías de nuestro sueño y la vida. Así creamos un bonito árbol
para cerrar el Año renovando nuestros buenos deseos, a toda esta Magia la
llamamos Navidad.
Con mis deseos y los vuestros esta Navidad tiene su propia
Magia.
Poco recuerdo de aquella noche. Desde entonces. no hay
aniversario que no se celebre en el que yo no esté presente, pese al tiempo que
ha pasado y seguirá pasando.
Formábamos una pandilla de chicos y chicas, cinco miembros
en total. Un número impar, que pronto dejó de serlo. Nos despedimos de nuestras
familias y de su consentimiento, para pasar un fin de semana inolvidable en la
vieja casita que mis padres tenían en la sierra. Durante ese finde también se
celebraría Halloween. Tendríamos el escenario perfecto para nuestros juegos.
Todo estaba preparado para que no ocurriera nada desagradable, pero pasó.
Una cabaña destartalada en medio del monte, juegos acordes a
la noche, un ritual que vendría a definir nuestra capacidad de supervivencia, o
en su caso de valentía. En la adolescencia todo es factible y así lo
demostramos con aquella aventura.
No nos preocupó el frío con el que nos recibió aquella
estancia, ni los desperfectos, tampoco las incomodidades que presentaba por
doquier. Nuestras ganas de pasarlo bien obnubilaron el resto. Nos dispusimos a
instalarnos todos juntos en el salón, donde una gran chimenea todavía podía
hacer las veces de hogar y recogimiento. Entre risas y bromas fuimos
repartiendo enseres y tareas. Todo estaba preparado para cuando cayera la tarde
y la noche se hiciera palpable en medio de aquel páramo. Nos disfrazamos para
que todo fuese acorde a ese momento.
Tras la cena empezó la ronda de atrevimientos, acompañados
por unos tragos de alcohol. Luego vendrían las historias terroríficas, que a
todos nos provocaban más risas que terror. Nunca llegamos a esa parte porque
sucedió lo que nadie pudo imaginar que ocurriera, aun sabiendo que aquello se
pudo haber evitado.
La prueba atrevida que me tocó consistía en rodear la casa
cuatro veces, golpear la puerta en cada vuelta nombrando a cada uno, hasta
completar el ciclo. Dicho y hecho. Tan solo llevaba un traje fantasmagórico,
una peluca despeinada de un color indefinible y unas ramas muy graciosas (hasta
ese momento) para recrear un personaje desenterrado. Y con esa indumentaria me
dispuse a correr, como alma que lleva el diablo, para acabar cuanto antes con
esta locura, después de todo me estaba dando un poco de cague el
intento.
Las dos primeras vueltas fueron divertidas, les oía reír
cuando golpeaba la puerta de la entrada a la vez que repetía un nombre casi sin
aliento. Dos más y el turno pasaría a alguno de ellos. Llegó la tercera vuelta
repitiéndose la misma secuencia. Pero algo ocurrió en la última que, hoy en
día, no sé describir, identificar o definir…
Nunca llegué a pronunciar el último de los nombres. Mi puño
quedó suspendido en el aire, sin tocar la madera, el sonido de mi voz
desapareció en el mismo instante en el que un aullido ocupó la noche. Luego,
todo fue frío y oscuridad. Gritos y alaridos. Sentí como me alejaba de aquél
plano.
Cuando desperté bajo un manto de ramas y hojas secas, sentí
el entumecimiento de mis piernas, no podía moverlas, un peso cálido me lo
impedía. Retiré aquellas ramas y pude ver de lo que se trataba. Una loba dormía
plácidamente sobre ellas. Quise moverme lentamente para alejarme de allí. Antes
de eso, ella se despertó y me miró fijamente. No había amenaza en sus fauces ni
en su mirada.
Cortesía de Ginebra Blonde
Regresé a la cabaña acompañada por la loba. Cuando me fui
acercando pude comprobar el bullicio y el ajetreo formado por la policía, los
padres de todos mis amigos y ellos mismos. Quise gritar, pero la voz no salió.
Nadie podía verme. ¿Qué era yo?
Vago desde entonces en silencio, no sé cuántos Halloween han
pasado. Solamente, y durante esa noche, mi voz resurge ante la puerta de
alguien pronunciando su nombre, como en aquél juego macabro, pero esta vez no
hay risas, solo miedo y más miedo. Quisiera acabar con este ritual y descansar,
pero no sé cómo encontrar la paz. Dejar de ser una leyenda.
Soy Rose DeWitt Bukater, mi nombre no os dice nada, pero
estoy segura de que, si os nombro a James Cameron y a su película Titanic, todo
cobra sentido. Este señor hizo un gran trabajo de dirección, no lo pongo en
duda, fueron días de mucha presión y tensión. A veces, los efectos especiales
no funcionaban o había que hacer varias tomas de una misma secuencia porque ese
día estábamos algo espesos. Reconozco que disfruté representando a una señorita
de la alta sociedad, viajé con todo sumo de comodidades y placeres. Hasta me
dotaron de una pareja masculina tan guapo como machista y oportunista. Sabéis
que no me refiero a Jack, aquí Cameron tuvo su puntazo al darme la oportunidad
de tener un rollete con alguien más acorde a mí. Joven, díscolo, atrevido,
indómito y romántico, con un sinfín de bonitas cualidades como yo.
Todo iba más o menos bien, hasta que al director se le ocurrió
la gran idea de acabar la tragedia del hundimiento con otra tragedia aún mayor,
para mi gusto. Cargarse a Jack Dawson. ¿Qué mal le había hecho este chico? Simplemente
ser el más guapo y divertido de toda la peli. No sé cómo no me bajé de la tabla
(puerta) y le chafé el plan a Cameron.
Hoy tengo la oportunidad de cambiar ese final. No, no soy
tan egoísta. También le daré una oportunidad a todas aquellas buenas personas
que quedaron atrapadas en el navío. Les otorgaré la gracia de llegar a su
destino y empezar una nueva y mejor vida. Prosperidad.
Todo esto lo veré desde mi orilla, saboreando el dulce
momento y esperando a que Jack acabe su baño matutino para seguir gozando de su
compañía. Plenitud al sentir la satisfacción del trabajo bien hecho.
Lo siento Cameron, este final me gusta más. Lo tuyo fue una tragedia
griega en pleno siglo XX.