Retomo la presentación de los cinco géneros en los cuales participé en Grupo Búho.
Los domingos por la tarde es motivo de visita a la
Residencia. La abuela siempre habla de cosas fantásticas. Mi madre dice que no
le haga mucho caso, que a su edad la cabeza no riega bien y confunde hechos y
realidad. No estoy de acuerdo con ello. La veo más lúcida que nunca.
Me cuenta de un episodio durante su juventud. Un otoño conoció
a un cazador de tesoros marinos. Este llegó al pueblo atraído por la noticia de
una fragata hundida cerca de nuestra costa mediterránea. Ella niega que se
enamorara de él antes de conocer al abuelo. Pero su sonrisa al recordarlo dice
lo contrario.
Me detalla cómo lo acompañaba al fondo del mar. Recorría la
eslora de la embarcación, se sumergía en su interior, no sin temor a quedarse
atrapada. Me describe con sumo detalle cada objeto que encontraba a su paso.
Artículos de navegación enterrados en la arena del fondo.
Durante una de las inmersiones descubrieron un pequeño
cofre. Tan pequeño que pasó desapercibido para el resto de ladrones o
buscadores que por allí pasaron antes que ellos. Emergieron a la superficie
llenos de emoción y deseando destapar ese tesoro. La sorpresa fue mayúscula
cuando descubrieron un camafeo en el interior. Él le hablaba de siglos mientras
ella celebraba tal revelación. Antes de marchar le regaló a mi abuela el
descubrimiento como muestra de amistad.
Ella me mira cómplice y yo respondo de igual manera. Ha
llegado la hora de despedirnos. La abuela alarga la mano y deposita en la mía
un pequeño artilugio haciendo el gesto de silencio.
No digo nada durante el viaje. Solo pregunto si la abuela
vivió alguna vez cerca del mar. Mi madre dice que la abuela nunca salió de las
montañas.
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