jueves, 30 de junio de 2022

Motor

 

Para mi sorpresa fue uno de los relatos más votados...

Erotismo.






Oigo el motor de su moto, antes de que toque el timbre abro la puerta y me lanzo a sus brazos. Hace dos meses que no nos vemos y las ganas por besarle se han hecho inmensas. No hay tiempo para perderlo en saludos vanos cuando es el cuerpo el que toma la iniciativa. Aspiro la fragancia de su cuello, me encanta ese lugar y su calor. Se lo decoro con uno de mis besos.

Me invita a subir a la moto, la vibración entre mis muslos es solo el preludio. Mis manos se cuelan por debajo de su cazadora a la misma velocidad que el cuenta kilómetros. Siento cómo su hechura se estremece bajo mis palmas, la tersura de su tronco. Mis yemas se entretienen dibujando algoritmos imposibles en los anaqueles de su ombligo.

Me pego contra su espalda para que sienta lo que provoca el recorrerle de manera sinuosa. No pretendo un accidente, solo estrellar mis labios en su nuca. Un leve soplido para obtener la respuesta justa que oprima su pantalón.

No tardamos mucho en llegar al valle. Hay una casita medio en ruinas. Ese fue nuestro primer escenario. Tras aparcar de manera precipitada nos adentramos en su interior. Ahora los pasos son más pausados, las caricias se toman el tiempo necesario para reconocernos.

Su cabeza cae hacia atrás, exponiendo su garganta. Nunca una nuez fue tan sexy para una boca. Mi lengua se adhiere a su recorrido mientras nuestras caderas se acoplan, amarrado a las mías siento como entrega su defensión, el aire se vuelve más denso, el sonido de los jadeos se acentúa hasta hacerse uno, hasta hacerse muerte placentera.

Nos cayó la noche cuando abandonamos el lugar. El sonido del motor nos provoca una sonrisa.



©Auroratris





domingo, 26 de junio de 2022

Caperucita Roja by MiVersión

 







Los cuentos que conservo en mi memoria me los relataba mi madre cuando niña. Ella era una gran contadora de historias, conseguía que me adentrara de tal manera en la trama que hacía que olvidara cuál era su intención, la de acabar aquél eterno plato de comida. Hoy, gracias a Gustab y a su propuesta, “Caperucita Roja” desde su blog “Adoquines Mojados”, he regresado a ese pasado donde la voz de mi madre y aquella escena me deja una sonrisa de gratitud y nostalgia infantil.

 

Caperucita Roja by mi versión.

 

Caperucita era una niña que vivía en el bosque junto a su madre, (en este punto yo preguntaba por su padre, mi madre decía que estaba trabajando en Francia, como veis mi curiosidad me hacía interrumpir y cuestionar hasta los cuentos). Sigamos, pues. Un día la madre envía a la niña a casa de su abuelita que vivía al otro lado del bosque. (Aquí, preguntaba por qué vivían tan lejos la una de la otra y por qué lo hacían en el bosque con tanto peligro. Mi madre se inventaba tantas respuestas que solo puedo dejaros la que más me impactó por su falta de coherencia: “Porque es así, come y escucha”).

Le preparó una cestita de mimbre donde llevaría un tarrito de miel y unos pasteles para la merienda y le puso su caperuza de color rojo. Era una prenda de lana que la misma abuela había hecho para la niña. Le dio unas instrucciones sencillas: no te entretengas por el camino, no te separes de él y no hables con extraños. Procura que no se te haga tarde, Caperucita, la abuela te está esperando. (Vale, mamá, pero… la niña tiene un nombre, ¿verdad? ¿por qué le dice Caperucita si ese no es el suyo? Y ¿cómo sabe la abuela que irá si no tienen teléfono en medio del bosque? Pues aunque no os lo creáis, mi madre tenía respuesta para todo. La niña se llamaba como yo y la madre ya había estado por la mañana con la abuela avisándola de que Caperucita vendría por la tarde con la merienda. Santa paciencia tenía mi madre)

La madre despidió a la niña desde la puerta y esta inició el camino a casa de la abuelita. Bordeando la senda, Caperucita encontró unas margaritas muy bonitas, acto seguido pensó en ir recogiendo para hacer un ramo y llevárselo junto con el contenido de la cestita. Tan ensimismada estaba que no oyó como un lobo grande y feo se acercaba a ella por detrás. (Tan ensimismada como yo porque me estaba comiendo la dichosa comida).

El lobo, muy amable, le dio las buenas tardes:

  •          Buenas tardes, Caperucita.
  •          Buenas tardes, Señor Lobo.
  •          ¿Dónde vas con esa cestita?
  •          A casa de mi abuelita que está enferma y le llevo la merienda.
  •          Y, ¿qué le llevas?
  •          Pues, lo que le ha preparado mi madre, miel y pasteles. Yo le estoy haciendo un ramo de flores y creo que me he despistado del camino.
  •          ¡Qué rica merienda! -. Exclamó el lobo al borde del entusiasmo. No te preocupes que yo te indico el camino más corto, ya que pronto se te hará de noche.
  •          Muchas gracias, Señor Lobo.
  •        No hay de qué, Caperucita, es todo un placer. Ve por este camino de la derecha que es un atajo que te llevará directa a la casa de tu abuela.

La niña agradeció las indicaciones del lobo, a estas alturas había roto dos de las normas: Distraerse y hablar con extraños. (No puede ser, decía yo, el lobo la ha llamado Caperucita, o sea, que se conocen. Mi madre intentaba explicarme algo sobre la astucia, pero yo seguía con mi tole, tole de que, si la llama por ese nombre, la conoce fijo).

Astutamente el lobo la guio por el camino más largo, así él aprovechó para ir por el atajo y llegar antes a dicha casa. Entró sin reparo, encontró a la abuelita durmiendo la siesta y de un bocado se la zampó. Sin mediar palabra alguna. Acto seguido se colocó el camisón que cubría a la abuela, se cubrió la cabeza con el gorrito femenino y se metió en la cama a esperar a Caperucita. (Pero, mamá… de un bocado no se puede comer a la abuelita, no le cabe, y ¿cómo la mastica?. Yo y mis problemas con la comida).

Para cuando llegó Caperucita, la noche estaba sobre la casa. Se adentró en penumbra hasta llegar a la cama donde se suponía que descansaba la abuela. La niña totalmente ajena a la situación comenzó a saludar a su abuelita que nada decía y respiraba de una manera extraña.

·         Abuelita, abuelita, te he traído miel y pasteles que ha hecho mi madre. ¡Qué callada estás! Oye, abuelita, dime algo. Vaya, ¡qué orejas más grandes tienes!

·         A lo que el lobo, disimulando la voz, dijo: Son para escucharte mejor, Caperucita.

·         Abuelita, abuelita, ¡qué ojos más grandes tienes!

·         Son para verte mejor, Caperucita.

·         Abuelita, abuelita, ¡qué manos más grandes tienes! (mi madre interpretaba de maravilla y yo a estas alturas estaba aterrada).

·         Son para cogerte mejor, Caperucita.

·         Abuelita, abuelita, ¡qué boca más grande tienes! (mi madre tartamudeaba mucho en esta frase y yo deseaba que acabara para saber el desenlace).

·         Son para comerte mejor, Caperucita. Dijo el lobo dando un gran salto hacia la niña para zampársela de un bocado. (Mi madre también lo daba sobre mí, al no esperar tal reacción mi sobresalto era descomunal, llorando y riendo a la vez).

Un cazador que por allí pasaba, oyó los gritos y lloros de Caperucita que junto a su abuela se encontraban dentro de la barriga del lobo, que felizmente dormía tras el banquete que se había propinado. Entró de manera sigilosa. Tranquilizó a abuela y nieta y acto seguido abrió la barriga del lobo con un cuchillo. Con una aguja e hilo cosió la abertura, no sin antes llenar la barriga de piedras. La abuela, el cazador y la nieta celebraron la liberación. (Mamá, no puede ser, el lobo se despertaría porque un corte duele mucho. Come y calla. Decía mi madre como toda respuesta).

Después de su gran siesta, el lobo, tenía mucha sed y decidió ir al río para calmarla antes de volver a su casa. Comenzó a caminar de manera pesada y lo achacó al atracón que se había dado. Se arrodilló en la orilla del río, inclinándose para beber, debido al peso de las piedras cayó al fondo del mismo. Hundiéndose en su lecho.

Y colorín, colorado, este cuento se ha acabado.

Así terminaba mi madre cualquier historia. Así acababa yo con mi comida y su paciencia hasta el día siguiente a la hora de comer. Lo sé, fui una tortura. 


© Auroratris

 




sábado, 25 de junio de 2022

La abuela y El Mar

 

Retomo la presentación de los cinco géneros en los cuales participé en Grupo Búho.






Los domingos por la tarde es motivo de visita a la Residencia. La abuela siempre habla de cosas fantásticas. Mi madre dice que no le haga mucho caso, que a su edad la cabeza no riega bien y confunde hechos y realidad. No estoy de acuerdo con ello. La veo más lúcida que nunca.

Me cuenta de un episodio durante su juventud. Un otoño conoció a un cazador de tesoros marinos. Este llegó al pueblo atraído por la noticia de una fragata hundida cerca de nuestra costa mediterránea. Ella niega que se enamorara de él antes de conocer al abuelo. Pero su sonrisa al recordarlo dice lo contrario.

Me detalla cómo lo acompañaba al fondo del mar. Recorría la eslora de la embarcación, se sumergía en su interior, no sin temor a quedarse atrapada. Me describe con sumo detalle cada objeto que encontraba a su paso. Artículos de navegación enterrados en la arena del fondo.

Durante una de las inmersiones descubrieron un pequeño cofre. Tan pequeño que pasó desapercibido para el resto de ladrones o buscadores que por allí pasaron antes que ellos. Emergieron a la superficie llenos de emoción y deseando destapar ese tesoro. La sorpresa fue mayúscula cuando descubrieron un camafeo en el interior. Él le hablaba de siglos mientras ella celebraba tal revelación. Antes de marchar le regaló a mi abuela el descubrimiento como muestra de amistad.

Ella me mira cómplice y yo respondo de igual manera. Ha llegado la hora de despedirnos. La abuela alarga la mano y deposita en la mía un pequeño artilugio haciendo el gesto de silencio.

No digo nada durante el viaje. Solo pregunto si la abuela vivió alguna vez cerca del mar. Mi madre dice que la abuela nunca salió de las montañas.


© Auroratris




martes, 21 de junio de 2022

NaturalezaViva





Mi participación para "Lovely Bloggers-Un reto: Una imagen"
Más participaciones AQUÍ.





 

La ciudad es como un corsé oprimente de oxígeno y con la falsa creencia de libre movimiento. Las varillas te mantienen rígida, de vez en cuando se clavan para recordarte la postura que debes adquirir. La ciudad y su esclavitud.


Imagen de Anka Zhuravleva


Por ese motivo decidimos comprar una casa en el campo, alejadas del mundanal ruido y envueltas por la naturaleza, a veces tan salvaje que no da tregua. Pienso todo esto mientras me dejo llevar por el paisaje tan pintoresco que veo tras mi ventana. La niebla pronto se disipará y nos dejará admirar los colores de la primavera. Valentina me mira con sus ojitos de perpetua curiosidad y toda la atención concentrada en la rectitud de sus orejas. Le hablo como si entendiera cuanto digo. Acabo mis frases con un: _ ¿a que sí, Valentina? Ella asiente con un guiño o, eso me parece a mí, estoy segura de que solo ha reconocido su nombre de toda mi verborrea. En mis elucubraciones llego a la conclusión de que nuestras diferencias no distan mucho la una de la otra.

Mirando su cuerpecito ausente de cualquier pelaje ornamental deduzco que su desnudez carece de pudor, en cambio, el mío está cubierto por esa capa que la sociedad llama provocación. Esta habitación, a simple vista, se encuentra tan desnuda como nosotras, pareciera no aportar mucho y es que dentro de cada una hay un mundo por descubrir. Solo es cuestión de querer conocer más allá del físico y sus prejuicios. La ciudad nos viste con capas innecesarias.

_ ¿A que sí, Valentina?

 


©Auroratris








sábado, 18 de junio de 2022

Pesadillas










Mi agenda para el mes ya estaba cubierta. Sin embargo, se presenta no aceptando la propuesta de otro colega. Comienzo con el protocolo para iniciar su informe y conocer el motivo de su visita. Me cuesta mantener su mirada inquietante, no es nueva para mí, hace que me sienta incómoda.

Arrastra las palabras pausadamente. Argumenta que no está aquí por él, sino por mí. Me acomodo en el sillón en un intento de demostrar interés o aplomo, la verdad es que quiero escapar. Nada de mi cuerpo responde al instinto de huida. No tengo escapatoria ante su presencia.

Comienza narrando una historia inverosímil sobre un psicoanalista y sus ínfulas de todo poderoso, experimentos sobre el control de la mente para poseer la voluntad de cualquiera. No alcanzo a entender qué pinto yo en todo eso. Revela un nombre, el de mi padre, ahora todas las piezas comienzan a encajar. Temo por mi vida cuando asegura que habrá un quid pro quo. Mis intentos por controlar la situación caen en saco roto, en todo momento es él quien maneja la conversación.

Su padre perdió la vida por culpa del mío, haciéndole creer que sus pesadillas solo estaban en su cabeza. Le refiero que mi padre falleció hace años. Ante esta noticia su respuesta cae como una losa sobre mí. Alega que es justo que yo pague por el pasado. Que sus pesadillas, las heredadas, sean compartidas.

Ni es justo lo uno ni es posible lo otro, le respondo. No se heredan las pesadillas. Ahora sí. Se levanta y sale de mi consulta.

Es lo único que recuerdo desde que ingresé aquí, dicen que es por mi seguridad. Que sufro un cuadro de autolisis. No quieren creer que en cada sueño soy torturada.


© Auroratris




domingo, 12 de junio de 2022

ElViaje

 

Hace unos meses participé en un concurso de relatos,

de mi querido Grupo Búho.

Se pedía cinco estilos diferentes:

Humor, terror, erotismo, fantasía y crimen.

Satisfecha con mi tercer puesto en el pódium, 

os comparto aquí dichos relatos.  

Empezamos con HUMOR.







 

Pasé todo el año organizando las vacaciones. Esta vez me tocó a mí sorprender a mis amigos. La idea era no revelar el destino hasta llegar a embarcar. Deseaba ver la cara de ellos tanto como pisar las exóticas playas del Caribe. Me decanté por una experiencia de relax entre mojitos, música y buenas vistas esculturales.

Durante los preparativos me asaltaron con preguntas sobre el viaje. Son duchos en el tema interrogatorio sin tortura, te hacen caer en la trampa y cantas hasta la canción ganadora del próximo <<Eurovisión>>. Me preparé a conciencia ante la posible batería de preguntas.

Marcelo interrumpió mi sueño a las dos de la mañana para colarme que ha tenido una visión de nosotros en el Valle de los Reyes. Le colgué entre rezos impronunciables que los Reyes que verá están más vivos que nunca. Media hora más tarde es Carlos, el que se pronunció sobre qué ha de echar en la maleta. Mi respuesta lo descolocó: aspirinas. Son unos estrategas, pero de mi boca no saldrá ni una pista de hacia dónde volaremos.

Llegó el día en cuestión. El taxista que nos viene a recoger no deja de mirarnos de una manera descarada. Como un resorte preguntamos el motivo de su insistente análisis. El hombre quiere saber si todos viajamos al mismo lugar. Asentimos como posesos. Ante nuestra sorpresa entra en un ataque de risa ya que no entiende cómo cada uno de nosotros vestimos de una estación diferente.


© Auroratris





domingo, 5 de junio de 2022

Delirante

 




Delirante: "Vísteme de amor, que estoy desnuda"





 

Puede que yo sea la apuesta, su apuesta. Él cree que desconozco sus intenciones, lo cierto es, que ignora totalmente las mías. ¿Qué importancia tienen los sentimientos en juegos así? Me dejé seducir para ver hasta dónde podía llegar el sujeto. Comprobar cuáles eran sus armas para después mostrar las mías.

Hace tiempo que me siento vigilada. Mis alarmas se despertaron una mañana en la cafetería de siempre, el mismo tipo durante toda la semana y con una mirada que te desnuda sin que lo percibas. Eso fue la primera vez. Después me gustaba sentir esa sensación. La quemazón recorriéndome la nuca, o el nacimiento de mi escote. Ese detalle fue el detonante para que yo también me fijara en él.

No tardó mucho en lanzar el anzuelo para que yo picara haciéndose el encontradizo. Llovía copiosamente esa noche. Olvidé el paraguas en la guantera de mi coche. La salida del cine era un hervidero de gente corriendo para evitar el chaparrón. Me refugié bajo la marquesina a esperar que aflojara cuando, como un ángel caído del cielo, se presentó invitándome a resguardarme bajo su amplio paraguas. Su mano tendida y su confiada sonrisa fueron los guías para que me decidiera a dar el paso. Supe desde el primer minuto que acceder seria el comienzo del juego.

Ya dentro de mi coche agradecí su gesto, le propuse acercarlo donde me dijera, en caso de no tener cómo volver a su casa. Propuesta que rechazó. En su lugar pidió una cita para cobrarse el favor. Toda la maquinaría se puso en marcha en mi cabeza.

Mensajes, así mantuvo mi interés durante días. Unos más correctos que otros, se notaba cómo tiraba y aflojaba poniéndome a prueba. Llegó el día de la cita en cuestión. No ocurrió nada fuera de lo políticamente correcto hasta que me propuso tomar la última copa en su casa. Algo que ya tenía contemplado dentro de mi plan, por eso no me causó sorpresa alguna.

Subimos a su piso, un espacio totalmente impersonal. Le pregunté si tenía intención de marcharse o es que llevaba poco tiempo en él. Me respondió que nunca se queda en un sitio demasiado tiempo. Le sonreí acercándome.

Al besarle, fui la primera en dar el paso. Desnudarle poco a poco y a capricho fue provocando en él cierta impaciencia. Ante su asombro fui dejando caer mis prendas hasta tumbarme totalmente desnuda sobre su cama. Puro ofrecimiento.

Su vocabulario se volvió seductor, lleno de palabras melosas y alabanzas que me vestían con una caricia delirante, esto hizo que bajara la guardia y sin pensar en lo que decía dejé escapar algo que me negaba a reconocer durante este tiempo.

·         "Vísteme de amor, que estoy desnuda"

Sus dedos eran plumas hurgando entre mis pliegues, el peso de su cuerpo apresaba al mío, sujetó mis brazos con vehemencia mientras dejé que nuestras caderas se acoplaran para iniciar el rito que nos desarmara. El placer tiene el don de restar importancia a las cosas y centrarnos en recibir todas las descargas que ofrece. Las suyas y las mías fueron de alto voltaje. La química siempre estuvo ahí.

La seducción no deja de ser una apuesta.



©Auroratris



Mi participación para la propuesta de Gustab

Las Tres Palabras



DESDE AQUÍ QUIERO HACER UN LLAMAMIENTO:
TRAS COMENTAR EN VUSTROS BLOGS, 
COMPRUEBO QUE MIS COMENTARIOS NO APARECEN. 
BLOGGER ES EL CAUSANTE DE ESTE DESAJUSTE. 
SIMPLEMENTE DECIROS QUE ME ENCANTA LEEROS
AUNQUE NO SE REFLEJE EN VUESTROS ESPACIOS






miércoles, 1 de junio de 2022

ConstruYendo

 



Mi participación <<No fue fácil>>

en el blog de Ginebra Blonde.

Más participaciones AQUÍ.






Gentileza de Gine. Gracias



No fue fácil encontrar el camino después de él. A ciertas edades la vida y sus reveses se pueden convertir en una tragedia griega. Si hablamos de desamor, en todas sus variantes, ahí nos revelamos como el más desgraciado de los seres humanos. Es por eso que Malena se encontraba en aquella tesitura a sus veinte años.

Apostó todos sus sentimientos por aquella relación. Convenciéndose de que era un barco en medio de la mar, dedicada a encontrar su puerto. Y como en el juego: <<en busca del tesoro>>, se planteó que cada arribo la llevaría al siguiente, para así completar su sueño.

No fue fácil reconocer que todo aquello que había construido con amor y dedicación, naufragara una noche de verano. El mundo se le vino encima, desapareciendo el suelo bajo sus pies. Se recuerda en una conversación mínima en el intento de entender lo que estaba sucediendo:

·         << ¿Cómo deletreas amor? No lo deletreas… lo sientes>>

No fue fácil recoger los restos de aquella escena. Se vio a sí misma corriendo las cortinas de un teatro, apagando las luces y cerrando la puerta tras de sí. Comenzando a suspirar recuerdos.

No fue fácil capear los comentarios de amigos y familiares, responder a las preguntas que no tenían respuesta, ni siquiera comprensión. Asimilar que las cosas cuando pasan no queda más alternativa que buscar un plan B. Con su falta de experiencia y recursos optó por la más fácil: huir.

No fue fácil llegar a la conclusión de que, si de verdad hubiera habido reciprocidad no hubiera hecho falta magnificar nada, ni justificar todo. Frente a un mar inmenso comenzó a trazar su plan de amor propio.

 

©Auroratris

 

                << ¿Cómo deletreas amor? No lo deletreas… lo sientes>>  (Winnie de Pooh- Alan Alexander Milne)

 

 

 

Libro Abierto