lunes, 14 de septiembre de 2020

LaRosaAzul (II)

 


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Tan absorta me encontraba inspeccionando aquél sobre que no me percaté de la despedida del albacea. De manera hipnótica me senté en el austero sillón dejándome transportar hasta una época pasada.

No tendría más de 13 años cuando vi por primera vez un sobre de idénticas características. Lo encontré dentro de una caja de sombreros, junto a unas cuantas fotografías en blanco y negro, personas sin identidad que me miraban a través del tiempo. También hallé un fajo de cartas descoloridas, atadas con un deshilachado lazo malva. Me disponía a extraer la carta cuando mi padre me la arrebató de manera brusca acompañando un conjunto de palabras inconexas a modo de excusa. Un comportamiento extraño en alguien como él que todo lo explicaba, debatía o reflexionaba. Días más tarde retomé mi aventura sin éxito alguno. Ni rastro de la caja y menos de su contenido. Pensé en alguna amante. Pobre mamá.

Ahora no había nadie que se interpusiera entre mi conocido sobre y yo. Rasgué con cuidado y extraje dos hojas, cada una de un color tan diferente como su letra. En la primera pude distinguir la letra de mi padre, en la segunda, el capricho de la escritura me decía que era la de una mujer. Qué equivocada estuve todos estos años, la supuesta amante no era otra que su propia madre, la abuela Daniela.

Tras leer ambas misivas supe que estaba en la habitación que una vez le perteneció. Reconocerme entre las cuatro paredes que la acogieron a ella y a sus pensamientos me sumió en un estado de conexión. El abuelo solo fue el intermediario bajo los deseos que la abuela dejó antes de morir.

La hermandad de la rosa azul

Solo las mujeres directas de la familia podían pertenecer a ella. Allí se explicaba con sumo detalle el motivo de tal secreto y silencio hasta el día de hoy. Mi padre, al ser hijo único no pudo ostentar a tal honor. Por ese motivo guardó el sobre hasta que yo tuviera la mayoría de edad. Quiso el destino que el abuelo sobreviviera a su muerte y fuese él el encargado de pasarme el testigo de la abuela.

Su casa, y bajo ella los documentos de una antigua generación que ahora me pertenecían. Debía protegerlos hasta que llegase el momento en que viesen la luz. Salí de allí con la sensación de haber estado sumida en un sueño profundo y lento. Mi misión era procurar que tal confidencia tuviera continuidad. El tiempo lo dirá.


©Auroratris

 


lunes, 7 de septiembre de 2020

LaRosaAzul.

 


 



“A mi Querida Daniela le dejo la casa de Coímbra. Mi albacea se encargará de facilitarte la carta donde expongo los motivos y doy las explicaciones pertinentes. Me consta que tú sabrás interpretar mi decisión, seguro que la entenderás”.

 

Tras escuchar esta parte del testamento miré a los rostros que estaban a mi alrededor, tan expectantes y asombrados como el mío. Familiares que no he conocido en toda mi vida, ni siquiera sabía de la existencia de algunos, como tampoco la tenía de esa vivienda.

El albacea me dio una dirección, dijo que me esperaba en ella a las nueve horas del día siguiente. Por más que preguntara solo se limitaba a responder que esas eran las voluntades de mi abuelo y no estaba autorizado para dar más información hasta que no estuviéramos en aquél lugar. No me gustó tanto misterio, y menos las miradas de los allí reunidos. Apenas vi a ese hombre un par de veces en mi vida, cómo imaginar que me dejaría algo de su legado.

Nunca había visitado Coímbra, me pareció un lugar encantador mientras recorría sus calles. Llegué hasta el casco antiguo de la ciudad, al lugar acordado, si bien fui puntual, él ya estaba esperando junto a la puerta con una gran llave en la mano. Un escueto buenos días, sin ningún amago de cercanía fue todo cuanto dijo antes de depositar la llave en la cerradura y dejarme ante un paisaje desolador.

Era una vivienda pequeña, humilde, una planta baja, su interior mostraba un espacio ruinoso, ya no en las paredes o, en el mobiliario que decoraba el lugar. No solo eso impactó en mí, también el olor a rancio por haber estado cerrado durante siglos, diría yo. Pude comprobar que no había electricidad, así que me dediqué a abrir las pequeñas ventanas del salón para poder ver mejor tal escenario.

Me volví hacia el hombre pidiéndole algún tipo de aprobación o indicación. Me instó a entrar en un cuarto de unas dimensiones diminutas parecidas a la celda de un monje. Todo cuanto vestía aquella habitación, sin duda, pertenecía a un tiempo muy remoto, primitivo. Dirigí mi atención hacia un pequeño escritorio situado frente a un minúsculo camastro sin entender qué estaba sucediendo y qué pintaba yo en todo esto. 

Su voz ordenando que abriera la caja depositada sobre el mismo hizo que me sobresaltara. Como un autómata obedecí. En ella había una carta con una rosa azul dibujada en el sobre. Entonces fui comprendiendo todo o casi todo, no hizo falta averiguar el contenido de aquella misiva para acertar el motivo por el que yo fuese la dueña de aquél lugar.

 

©Auroratris



Mi participación en la propuesta de septiembre

en el blog de Rebeca Gonzalo

#FuegoEnLasPalabras









miércoles, 2 de septiembre de 2020

LosNoCuerdos



Mi participación en la 
propuesta "Calendario de Verano" 
Más participaciones AQUÍ








Podría haber sido en cualquier otro lugar, pero ocurrió en este. Con cualquier otra persona, pero pasó con él. Ni el uno ni el otro lo esperábamos. Sucedió así, tan de repente que no nos dio tiempo a procesar lo que estaba pasando.

Sustituciones de verano para el Memorial Clinic. Ambos habíamos estudiado la misma especialidad en la misma facultad de la misma ciudad. Al terminar la carrera de medicina tomamos caminos distintos y todo aquello que prometimos se fue diluyendo poco a poco. La juventud y las ganas de explorar otros campos nos devoró.

  •          ¿Cuántos años han pasado? -  Fue la pregunta que quedó suspendida entre los dos cuando nos chocamos literalmente al salir del ascensor.

Quedamos para cenar juntos. Apenas nos veíamos durante el turno. Él tenía su consulta en la planta de seniles y yo en el módulo cuatro. Dos locos en el mundo de los no cuerdos. Hasta eso nos pareció atractivo. Las próximas semanas así lo demostraron.

Llegué a la cita cinco minutos tarde recordando mi seña de identidad de aquél tiempo cuando éramos algo más que amigos. Todo lo compartíamos, incluidas las chuletas y las pellas.

Nos bebimos con los ojos junto a una botella de Miraval Rosé, fue como si el tiempo no hubiera hecho mella durante el mismo. Así que los postres se dieron entre risas y susurros en mi habitación de residente. Lo importante era no llamar la atención. Craso error, todos se enteraron a la mañana siguiente cuando le vieron salir de mi cuarto. ¿Nos importó? Mas bien poco, ya que durante las próximas semanas se repetiría casi cada día.

Los meses de verano se sucedieron tan deprisa como el agua lo hace entre los dedos y, el contrato expiró. No puedo decir que se haya recuperado lo perdido tampoco que lo ocurrido vaya a ser el principio de algo. Este encuentro inesperado nos ha hecho reflexionar sobre esas segundas oportunidades que se dejan caer en aquellas personas que una vez se tuvieron, dejándose un poso tan bonito que merece la pena otra vuelta en la misma vida.

No ha sido una experiencia vacacional… pero esta vez se puede decir que lo disfrutamos como tal.


©Auroratris