Cómo íbamos a
imaginarnos que no sabía nadar, siempre sentada frente al mar, con el
reflejo del horizonte posado en su frente, como una diadema azorando su
pensamiento. La profundidad de sus ojos desvelaba una añoranza latente,
pensábamos que sería por no estar junto a ellos. Dicen que fue separada cuando
todavía era muy niña. Se puede apreciar en sus rasgos infantiles, su pose a
medio camino entre la coquetería y la timidez. Solíamos hacerle compañía en las
tardes de verano. Reconozco que nos equivocamos con la decisión de devolverla a
su casa. El bronce se hunde con los sueños.
©Auroratris