No sé cómo mis pasos desembocaron en aquél Night Club, tal vez fueron las notas de un piano que se dejaron oír levemente mientras esperaba
la llegada del taxi que me llevaría a casa. La noche no estaba yendo todo lo
bien que me hubiera gustado, así que me adentré instintivamente y lo primero
que vi fue a él tocando una pieza que me trasladó a mis felices años en
Luxemburgo.
Creo que se dio cuenta de que le estaba mirando de manera
hipnótica ya que pronto iniciamos un juego de miradas. Había olvidado cómo se
seduce o coquetea, acciones que solo uso en mis novelas. Sí, soy escritora, amo la literatura más que ella pudiera amarme a mí. Las editoriales son ese muro que salvar
para poder completar ese amor.
Su voz interrumpió mis desvaríos, pidió permiso para
sentarse a mi mesa. Con esa sonrisa era imposible negarle cualquier petición.
Me sorprendió ese pensamiento. Pero ahí estaba yo compartiendo una copa con un
desconocido y su mirada de coca—cola. Había acabado su turno, normalmente
abandonaba el local en ese instante, pero no pudo resistir mi sonrisa de
frambuesa. Así mismo lo dijo, y eso provocó que esta misma se ampliara y en mi cabeza
se instalara el típico: ¿en serio ha dicho eso?
No pude evitar hablarle de su simpatía pero que en temas de
seducción iba algo desfasado. Tema que más que molestarle le interesó. Así que
empezamos un hilo de debate sobre maneras de entrar a las mujeres o a los
hombres. Sin darnos cuenta la madrugada fue avanzando hasta que alguien dijo
que el local estaba a punto de cerrar.
En un momento de nuestra conversación se coló: <<una última
copa en su casa>>, a la que acepté. Y otra vez apareció esa incredulidad en mí.
¿En serio iba a ir al piso de un desconocido para tomar una última copa? Pues
sí, una vez más allí estaba yo y el pianista encantador.
Si alguna vez me hubieran preguntado si había pensado un encuentro así, hubiera dicho rotundamente que no. El amanecer de la ciudad nos acompañó mientras hablábamos de ese sueño de triunfo, de los pasos y caídas con las que nos encontramos y de los sorbos dulces cuando conseguimos el deseado logro. Y allí mismo, en aquella terraza rodeada de hortensias coincidimos en que los sueños siempre hay que perseguirlos por muchas negativas que nos encontremos. Un café más tarde y varias miradas cómplices sonó ese esperado: ¿Soñ(amos)?
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