Mi participación en la propuesta
del mes de Noviembre "Samhain",
del blog de Ginebra Blonde.
Más participaciones AQUÍ.
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Obra de Rusty McDonald |
Poco recuerdo de aquella noche. Desde entonces. no hay
aniversario que no se celebre en el que yo no esté presente, pese al tiempo que
ha pasado y seguirá pasando.
Formábamos una pandilla de chicos y chicas, cinco miembros
en total. Un número impar, que pronto dejó de serlo. Nos despedimos de nuestras
familias y de su consentimiento, para pasar un fin de semana inolvidable en la
vieja casita que mis padres tenían en la sierra. Durante ese finde también se
celebraría Halloween. Tendríamos el escenario perfecto para nuestros juegos.
Todo estaba preparado para que no ocurriera nada desagradable, pero pasó.
Una cabaña destartalada en medio del monte, juegos acordes a
la noche, un ritual que vendría a definir nuestra capacidad de supervivencia, o
en su caso de valentía. En la adolescencia todo es factible y así lo
demostramos con aquella aventura.
No nos preocupó el frío con el que nos recibió aquella
estancia, ni los desperfectos, tampoco las incomodidades que presentaba por
doquier. Nuestras ganas de pasarlo bien obnubilaron el resto. Nos dispusimos a
instalarnos todos juntos en el salón, donde una gran chimenea todavía podía
hacer las veces de hogar y recogimiento. Entre risas y bromas fuimos
repartiendo enseres y tareas. Todo estaba preparado para cuando cayera la tarde
y la noche se hiciera palpable en medio de aquel páramo. Nos disfrazamos para
que todo fuese acorde a ese momento.
Tras la cena empezó la ronda de atrevimientos, acompañados
por unos tragos de alcohol. Luego vendrían las historias terroríficas, que a
todos nos provocaban más risas que terror. Nunca llegamos a esa parte porque
sucedió lo que nadie pudo imaginar que ocurriera, aun sabiendo que aquello se
pudo haber evitado.
La prueba atrevida que me tocó consistía en rodear la casa
cuatro veces, golpear la puerta en cada vuelta nombrando a cada uno, hasta
completar el ciclo. Dicho y hecho. Tan solo llevaba un traje fantasmagórico,
una peluca despeinada de un color indefinible y unas ramas muy graciosas (hasta
ese momento) para recrear un personaje desenterrado. Y con esa indumentaria me
dispuse a correr, como alma que lleva el diablo, para acabar cuanto antes con
esta locura, después de todo me estaba dando un poco de cague el
intento.
Las dos primeras vueltas fueron divertidas, les oía reír
cuando golpeaba la puerta de la entrada a la vez que repetía un nombre casi sin
aliento. Dos más y el turno pasaría a alguno de ellos. Llegó la tercera vuelta
repitiéndose la misma secuencia. Pero algo ocurrió en la última que, hoy en
día, no sé describir, identificar o definir…
Nunca llegué a pronunciar el último de los nombres. Mi puño
quedó suspendido en el aire, sin tocar la madera, el sonido de mi voz
desapareció en el mismo instante en el que un aullido ocupó la noche. Luego,
todo fue frío y oscuridad. Gritos y alaridos. Sentí como me alejaba de aquél
plano.
Cuando desperté bajo un manto de ramas y hojas secas, sentí
el entumecimiento de mis piernas, no podía moverlas, un peso cálido me lo
impedía. Retiré aquellas ramas y pude ver de lo que se trataba. Una loba dormía
plácidamente sobre ellas. Quise moverme lentamente para alejarme de allí. Antes
de eso, ella se despertó y me miró fijamente. No había amenaza en sus fauces ni
en su mirada.
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Cortesía de Ginebra Blonde |
Regresé a la cabaña acompañada por la loba. Cuando me fui
acercando pude comprobar el bullicio y el ajetreo formado por la policía, los
padres de todos mis amigos y ellos mismos. Quise gritar, pero la voz no salió.
Nadie podía verme. ¿Qué era yo?
Vago desde entonces en silencio, no sé cuántos Halloween han
pasado. Solamente, y durante esa noche, mi voz resurge ante la puerta de
alguien pronunciando su nombre, como en aquél juego macabro, pero esta vez no
hay risas, solo miedo y más miedo. Quisiera acabar con este ritual y descansar,
pero no sé cómo encontrar la paz. Dejar de ser una leyenda.
©Auroratris