Mi participación
en la propuesta "Hacemos las maletas"
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Llegó tarde del trabajo, cansado y hastiado de todo cuanto
le rodeaba, le recibió la indiferencia de Milord,
un gato azul que habitaba en la casa antes que ellos.
Mientras avanzaba por el pasillo, camino del dormitorio, fue recordando el día
que visitaron aquél ático por primera vez, como esta noche y como siempre, lo
primero que vieron al abrir la puerta fueron aquellos dos ojos profundos. Desde
ese mismo instante supieron que habían llegado a su destino.
- ¿Cómo deshacerse de alguien que te recibe con mimos? --Es lo que ella le dijo a la vez que lo recogía del suelo y lo estrujaba contra su pecho--. Además… lo gatos dan buena suerte –Apostilló con una sonrisa y mirándole mimosa.
- En caso de vivir en China –Dijo quedándose solo.
Para cuando acabó la frase, ella ya se estaba dirigiendo hacia
todas las dependencias pidiéndole a Milord
que le enseñara la casa. Acababa de ponerle nombre. Se reconoció sonriendo ante
aquél recuerdo.
Se quitó la ropa con cuidado, sin dejar de observar la sutil
forma que se dibujaba bajo la sábana. Sabía que bajo ella un cuerpo tibio lo
esperaba. Se deslizó dentro de la cama hasta abrazar la calidez que de ella
emanaba, se acopló a su cuerpo besando su nuca, sus brazos la rodearon
atrayéndola contra sí. Se oyó un leve gemido como de agradecimiento y una respiración
pausada. El calor de los cuerpos se iba acrecentando, como la hoguera de un
hogar, in crescendo para abrigar ciertos momentos.
Pese al tiempo que llevaban
juntos, ambos eran dos volcanes que entraban en erupción cada vez que sus manos
se recorrían provocando con cada caricia que la piel se levantara, se dilatara
cada poro para respirarse la esencia del otro. La generosidad de sus pechos
tenía la medida de sus manos, las caderas, como piezas de puzle, se fueron
encajando, sintió cómo él se adentraba, poseyéndola, pulsando en sus entrañas
toda la excitación. La respiración a su espalda la erizaba con cada envite,
algo que a él le provocaba bastante porque sentía cómo ella lo envolvía. Ambos
sabían cómo y qué, conocían cuánto y por qué… se movieron de manera sensual dándose
todas las respuestas hasta que las respiraciones y los latidos se fueron amansando.
Él quedó dormido sobre la almohada de sus senos soñando que ese era el mejor
viaje. Ella lo hizo mientras jugaba con
los rizos que la cubrían… su aventura salvaje se llamaba ÉL.
©Auroratris