Muchísimas gracias mi querida
Alma Baires.
La antigua biblioteca del pueblo estaba cada vez más vacía.
La gente había perdido el interés en los libros, en la lectura; y la joven
bibliotecaria no era de ayuda, era demasiado inexperta.
Esto Ana no podía soportarlo, desde siempre las bibliotecas
eran su lugar favorito. Había conocido varias, pero ésta era la del lugar donde
nació, donde iban las personas que la habían visto crecer. Por lo que ahora
debía encontrar una solución; no podía dejar que su biblioteca cerrara para
siempre.
Ana pensó en varias opciones para que la gente volviera a
interesarle la lectura; en definitiva, los libros siempre habían sido su
pasión. Cuando susurró esas ideas a la bibliotecaria, ésta las tomó como suyas.
Entonces se organizaron visitas para los niños de la escuela, y algunas tardes,
lecturas compartidas para los adultos. Ana estaba feliz, se paseaba entre
ellos, sintiendo cada emoción. Lo que más adoraba era ese instante en que un
niño descubría que podía leer solo. Esa maravillosa luz que inundaba sus ojos,
la misma que aparecía en los grandes cuando escuchaban una poesía, tal vez la
misma con la que habían conquistado al amor de su vida.
Ana no podía ser más feliz. La biblioteca, su biblioteca,
volvía a tener vida. Los libros, los relatos, los poemas, cada una de las
historias que estaban encerradas allí dentro volvían a ser reales. Y ya no le
importaba que no la vieran, ser invisible para todo el mundo, porque ella era
entre cada una de las letras. Ella era la esencia de cada palabra, de cada
párrafo, de cada verso. Ella era simplemente, Ana.
©Alma Baires